28 enero 2009

Entro en la sala de reuniones. Está demasiado oscura. No la recordaba tan grande. Mis pupilas dilatadas se contraen cuando me enfoca una luz directamente. Es una luz azul giratoria. En el extremo opuesto veo otra luz, pero en este caso roja. Ambas luces flanquean una barra y detrás de ella hay un señor vestido de camarero (camarero madrileño para más señas). Algunas personas charlan apoyadas en la barra. No consigo distinguir a nadie conocido, todos están de espaldas. De pronto me tocan en el hombro derecho, me giro hacia ese lado y no hay nadie. “Estoy aquí” me dice una voz que proviene de mi lado izquierdo. Dudo entre voltear la cabeza o girar 360º. Hago esto último y creo que no he tomado la decisión correcta. “¿Cómo lo llevas?” me pregunta Sarkozy. “Bien, bien, aquí esperando a la reunión”. “Tranquilo hombre, pasa de la reunión, la he cancelado. Tómate algo” me dice señalando a su vaso, mientras tintinea los hielos. Miro su vaso. Miro la barra. Miro a la gente que sigue dándome la espalda. Me siento desubicado con una libreta en la mano izquierda y un bolígrafo en la derecha. Miro a Sarkozy, que vuelve a mover enérgicamente su vaso provocando el repicar de los hielos. “Bueno, me tomaré una cerveza”, digo con voz entrecortada. “Excelente decisión” exclama Sarkozy, mientras dirige una mirada al camarero. Éste se aproxima y enarca las cejas realizando el gesto universal de “¿qué le pongo?”. Sarkozy mira su vaso, lo deja encima de la barra y hace el gesto de victoria con su mano derecha, señalando con la mirada hacia el vaso que acaba de abandonar. El camarero coge una botella de Whisky. No consigo adivinar la marca. La botella no me suena. Sarkozy coge los dos vasos, se gira hacia mí y me ofrece uno. “Esto es mejor que la cerveza”. De nuevo miro mi libreta y mi boli y decido dejarlos encima de la barra. Sarkozy me entrega el vaso, se gira y se va hacia dos chicas que están de espaldas, abrazándolas en torno al cuello.

Y en ese punto ha sonado el despertador. Sin que llegase a catar el whisky.

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