Tres días (o mejor, tres noches) de la semana pasada soñé con el partido de este miércoles. No me tenía por tan fanático futbolero, pero el dato no deja lugar a muchas dudas. De los tres sueños, uno de ellos ya se ha borrado de mi mente, sé que algo relacionado con el Barça soñé, pero ha sido uno de esos sueños que se esfuman con el aclarado de la ducha. De los otros dos, recuerdo vagamente que en uno el protagonista era Henry. Nada más. El tercero, el más nítido, es el que se ha instalado en mi cerebro como si se tratase de una vivencia real. En él me abrazaba a Puyol y, entre lágrimas, le daba las gracias por esta temporada. Este abrazo se lo daba justo antes de saltar al Coliseo de Roma. Después se jugaba el partido. El partidazo. Esa final de la Champions que coronaba al mejor jugador y al mejor equipo del mundo. Y presencié el resultado...
25 mayo 2009
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